(Publicado en infoLibre el 11 de marzo de 2015)
Lo suyo, en esto de la opinión, es presentarse.
Y explicar por qué demonios escribes (o, más difícil todavía, por qué crees que
tienes algo que contar). Éste es, pues, el porqué de “Caníbales”. Los porqués.
Porque me lo pidió un tipo al que no sé negarle nada. Y es que es un hombre que
duda, habla en voz baja y siempre dice algo inteligente.
Porque –aunque la política se nos ha metido en casa y nos despierta por las
noches con más frecuencia que las pesadillas de todas aquellas parejas que ya echamos de nuestras camas– este hombre bueno me dejó (y hasta me pidió) que no hablara de eso,
sino de cultura,
y de lo cotidiano. Dos conceptos que están mucho más mezclados de lo
que parece, muchísimo más de lo que a algunos les gustaría.
–Pero saldrá política– le dije.
–Ya, pero no tanta.
–Eso espero, que no quiero líos.
Y me miró dudando. Dudando si
decirme que yo misma soy un lío.
Es igual.
“Caníbales” porque volver a la opinión después de aquella experiencia extensa,
intensa y casi suicida del blog que tuve en el diario El Paísimplica un
riesgo que necesito.
“Caníbales” porque esa es mi conclusión después de estos dos años sin columna ni
opinión: que nos
devoramos los unos a los otros. Que somos omnívoros compulsivos y
nos merendamos a cualquier hora todo lo que se nos pone por delante: compañeros de trabajo, noticias, tuits, celebrities y otros despojos. Y luego los vomitamos: los vomitamos, normalmente, en cabeza ajena,
como antes poníamos mierda en el ventilador, pero más fuerte, más rápido, más gratuitamente.
Es lo que tiene el mundo de hoy, el de las redes, las marcas personales,
los followers, los trolls, los emoticonos, los haters… El mundo de los ciudadanos.
Por eso caníbales.
Porque somos
crueles y feroces.
Por eso y porque sí.
Y, dicho esto, podría hacer la típica columna sobre la dura vida del columnista
que ha de llenar una columna, pero me parece mucho más útil recomendaros que veáis Deadwood, una serie sobre el salvaje oeste que es
mucho más civilizada que nuestra vida virtual.
En Deadwood, reina Al Swarengen, un hombre con palabra y con cojones, como Scarface. Eso es lo bueno de Al, que es un hioputa, pero un
hijo con códigos.
P.D.:
puestos a recomendar, y a pesar de mi amigo D. y de esa avalancha de oscars, a mí me gusta Birdman. Birdman, su ritmo y su batería endiablada y veraz. De hecho, Birdman se devora a sí mismo, que es lo último en selfies: el
autocanibalismo. Sin palo ni nada: él, su vida y un imparable
instinto de autodestrucción; y, al otro lado, Iñárritu grabándolo todo.