(Publicado en infoLibre el 24 de abril de 2015)
Era el día del padre y yo me había levantado con resaca por culpa de Koldo (resaca de no dormir, que es una resaca estéril y mucho más frustrante).
(Koldo me llevó a cenar la noche anterior, me amenazó con contarle a Manu algo que yo no quería confesar y que ni siquiera había ocurrido, y luego, a primera hora, me sacó del insomnio con un
whatsapp quejumbroso: su hijo no dormía, él tampoco y quería entretenerse puteándome).
Era el día del padre, uno de esos días libres que –vistos de lejos– te juras exprimir hasta la última gota y que luego se evaporan perezosos e inanes (cómo me gusta la palabra inane).
El caso es que era el día del padre y yo tenía que seguir escribiendo una novela; decidir si mandaba el mensaje que Koldo quería que mandase, otro distinto o ninguno; enderezar una obra de teatro
que en teoría se estrena en una fecha en la que no va a estar ni escrita; hacer cincuenta minutos de yoga serio en vez del apaño con el que me engaño a diario; llamar a mi amigo C. porque hace
meses que no le veo y le necesito; comprobar si en la campaña electoral andaluza habían estrenado algún lugar común o seguían repitiendo los mismos tópicos insultantemente manidos…
Pero la resaca me golpeaba sin piedad y opté por algo que no estaba en mi lista de obligaciones y que nunca había hecho: ver por segunda vez el capítulo de una serie.
(Con papel, boli y una taza de té. Con toda la atención de la que soy capaz).
Era el capítulo 6 de Better Call Saul, dedicado al enorme y lacónico Mike Ehrmantraut, ese abuelo cariñoso, ese tipo duro, que se define, muerto de dolor, con un irreplicable "I'm an aspirine
man".
(Ni medicinas ni hostias. El dolor es suyo y no se lo quiere ahorrar; y es maravilloso ver a Saul Goodman derramar café por él).
Este capítulo es como una película de cuarenta minutos, una historia completa e imprescindible, una obra maestra. Cuarenta minutos que van y vienen en el tiempo con unos sobrios fundidos y que,
de repente, te hacen darle a la pausa y pensar en el tipo de paternidad que ejerces.
Porque Mike llora por su hijo muerto. Llora, sobre todo, porque antes de morir él lo rompió.
“I made him lesser. I made him like me”.
Era el día del padre y la noche anterior habíamos trasnochado hablando de hijos. Era el día del padre y Mike hablaba de lo que nunca nos atrevemos a hablar: de lo jodido que es ser padre.
A veces nos empeñamos en que nuestros hijos sean lo que somos: lectores, demócratas, honrados. Que no sean lo que odiamos en nosotros: envidiosos, ególatras, tímidos. Que sean nuestros sueños:
bomberos, piratas, viajeros. Que escapen de nuestras pesadillas: corrupciones, desamores, desempleos.
A veces nos empeñamos en intervenir y no dejar que, simplemente, sean ellos mismos. A veces nos empeñamos en decirles que son únicos y los convertimos en marcianos egocéntricos. A veces nos
empeñamos en no ponerles límites o ponérselos equivocados. A veces, y es casi peor, nos empeñamos en ser padres perfectos.
Y es que es muy complicado ser padre cuando todavía no has dejado de ser adolescente.
(Qué huevos, por cierto, tiene Vince Gilligan para parar la serie así, de repente, y contar cómo se rompió Mike. Para parar nuestras vidas y que, al darle otra vez al play, sigamos sin saber ser
padres. Y encima el tío acaba con una pregunta: "You know what happenned. The question is… can you live with it?" ¿Pueden vivir nuestros hijos con nosotros como padres? Supongo que sí, si
encuentran en la ficción, en los libros, en el cine, en las series, a alguien que se lo explique).
P.D. principal: era el día del padre y yo llegué tarde a felicitar al mío. Qué difícil es también ser hijo.
P.D. obvia: cuando se habla de paternidad y ser padre, se entiende ser padre y/o ser madre.