Publicado en infoLibre el 19 de junio de 2015.
Todos los días que tuiteo (que cada vez son menos) me trago seis o siete tuits con la misma reticencia y el mismo asco con que Zipi y Zape se tragaban el aceite de ricino. Me los trago
como purga, para aprender y que me duelan; para que me duelan en el estómago y no en la hoguera de los bienpensantes.
Me trago los tuits demasiado cultos y los demasiado rojos. Me trago los que creo que mis enemigos utilizarían contra mí (no creáis que me hago la importante: todos tenemos
enemigos. Y, si no, mirad a vuestro alrededor).
Me trago, sobre todo, los que a mí me hacen gracia porque el sentido del humor es personal. Y, luego, si se me atragantan porque eran demasiado buenos, se los mando a mi amigo
Koldo por whatsapp para que no se los lleve el viento y, sobre todo, para que él haga las dos cosas que suele hacer conmigo: descojonarse o putearme.
Lo que quiero decir es que yo me autoadministro el ricino y me voy volviendo buenecita: tuiteo sobre cultura y, vaya, ahí aguanto; tuiteo sobre poesía y pierdo seguidores; y no tuiteo sobre cosas
que no me interesan (ciertos programas, ciertas cagadas ajenas) o de las que no sé suficiente (casi todo). Tampoco tuiteo, jamás, sobre nada personal. El caso es que me los trago y, al final, me
acaban sentando bien.
Los tuits que te tragas no engordan.
Lo que sí engorda, queridos bomberos pirómanos del timeline ajeno, son todos esos adjetivos pesados como losas y siempre polisílabos: “¡Intolerable! ¡Inadmisible!”. Son siempre
tipos de alma oronda y hueca los que encienden las piras tuiteras, hinchados de satisfacción.
Y yo, en estos tiempos de hogueras, invierto el insomnio en preguntas filosóficas: ¿se nace seguro o se va uno ensoberbeciendo a base de adjetivos y de adverbios? (fijaos cómo
gana “inadmisible” cuando le añaden “extremadamente”: “extremadamente inadmisible”).
Como soy flaca y celíaca y sólo engordo con los disgustos, admiro la seguridad de los soberbios porque estoy segura de que comen gluten y de que duermen.
Por eso hoy le he dicho a un tipo al que admiro y respeto que de mayor querría ser soberbia. “Debe ser comodísimo estar seguro de todo”. Y él, que medita, y corre, y quiere, y
piensa, me ha contestado algo muy sensato:
–Di que no, que eso da mal karma.
Y ahora, por favor, no tuiteéis esta columna. A mi amigo Paco le va a parecer ñoña y no quiero decepcionarle más.
P.D. Sobre los concejales de cultura, más allá de tuits, pediría que tuvieran cierta experiencia en gestión y un detallito más: que les guste, que les importe, que les mueva.