"Escribir lo que debo me daría miedo; escribir otra cosa me daría vergüenza". Hace un año, mientras me peleaba con la escritura de "La piel de Mica", leí esta frase en una novela de Claudia Piñeiro y me quedé rumiando... intranquila, pero no avergonzada.
Pasaron unas horas, unos días, una semanas, y escupí: "venga, vale, con miedo y sin vergüenza". Y seguí escribiendo, y entregué la novela, y me la aprobaron, y vi cómo a mis editores les saltaban chispas pensando en la polémica y las ventas.
"Te van a preguntar por los medios, por el acoso, por los emperadores desnudos. ¿Qué contestarás?", me dijeron hace un mes, preparando ya la promoción.
- La verdad, mi verdad.
Pues eso. Queda menos de un mes y yo sigo con miedo. No he escrito una novela autobiográfica, los que salen no son mis novios ni mis jefes, pero... podrían serlo.
De hecho, mientras programo esta entrada en el blog, un día de fiesta, acabo de colgar el teléfono a un tipo que se ha pasado una hora gritándome sus verdades... incuestionables, claro.
A veces me da envidia la seguridad de los que mandan. Qué gusto dormir sin dudas (qué gusto dormir, sin más). Pero en general prefiero mi miedo: el miedo de no acertar es la única garantía para buscar la mejor solución, para encontrarla y seguir buscando.
Y, además, últimamente he leído mucho sobre la II Guerra Mundial, sobre los héroes anónimos que perdieron la vida pero se ganaron su dignidad y la nuestra.
No digo, para nada, que mi novela sea heroica; no lo es. Digo que lo que es heroico en estos tiempos de gritos y miseria es dudar y no tener certezas.
Y menos mal. Porque no hay una verdad pero sí una justicia, y un ideal, y mil posibilidades de mejorar y de cambiar.
Y seguir cambiando, que nunca se llega.
Y ya me callo, que se me da mejor leer que filosofar.
Leed "HHhH". Merece la pena.
