Me ha regalado Belén un libro, otro, de Roger Wolfe (no sé bien qué sería de Belén si no regalara libros, pero tampoco sé qué sería de los libros si no existiera Belén). Lo estoy leyendo a ratos, con un ojo quieto y otro rojo gracias a una conjuntivitis que me ha contagiado la única persona del mundo a la que nunca dejaré de tocar. Leo un poema y me duele el ojo, leo otro y me duele el corazón, leo uno tercero y no puedo respirar. Leo. Cierro los ojos. No respiro. O respiro poco.
Os copio uno ("El protocolo del rubor"), porque en este blog, todavía, no hemos hablado de sexo. Bueno, no lo copio, lo extracto a mi manera, a la manera de mi ojo quieto, a la manera de mi ojo rojo.
Ya habrá tiempo para el juego
de estudias o trabajas, cómo tú
por aquí, qué tal tu hermano,
tu padre, tu perro, dónde vives,
qué te gusta, viste esa película
-pues a mí me sorprendió-, si prefieres
la comida china o la italiana,
el whisky en vaso bajo, eres abstemia,
practicas la gimnasia rítmica, la Ouija,
o si has estado o no en Londres o París.
(...)
Ya habrá tiempo para el asco,
la desidia, los gritos, las palabras
malsonantes, platos rotos, lágrimas,
consuelos, encuentros, desencuentros,
misivas de odio o de rencor,
si es que así la vida nos lo exige
y esto no se queda en las cenizas
de una noche que se quema aquí y ahora,
entre los fuegos fatuos de una estúpida
comedia programada por dictamen
de un descerebrado dios.
Pero tú sabes y yo sé que nunca
hay tiempo. Así que calla. Y mírame.
Y alza esa copa entre sonrisas y balbuce:
"Por qué no me follas, de una vez".