Publicado en infoLibre el 12 de junio de 2015.
Nuestra primera noche
Hace casi mil años Philip
Roth me salvó la vida.
Por causa de una ingenuidad rayana en la
estupidez me tocó pasar la noche en un edificio abandonado junto a una pandilla de chinches (chinches no es metáfora, es dato) y un hombre motivado. El motivado estaba empeñado en que yo le amaba
visceral, loca y masoquistamente; y creo recordar que él también estaba enamorado de mí, pero esa circunstancia le resultaba irrelevante: él se limitaba a gritar por los pasillos que yo le amaba
y que debía dejar de negarlo y de negarme.
Lo gritaba, insisto, por unos pasillos vacíos y
sin luz.
Así que las chinches y yo le prometimos
consultar el amor con la almohada, pusimos cara de buenas y nos encerramos en una habitación con pestillo. Era difícil dormir en esas condiciones, la verdad. De hecho, era casi imposible no morir
de miedo.
Y ahí es donde entra Philip: las chinches me
echaron de la cama apuntando, generosas, a mi mochila, y en mi mochila apareció un libro que no había empezado, de un autor al que todavía no había leído.
Me casé con un comunista.
Lo abrí y, por arte de magia (magia literaria),
los gritos se amortiguaron y yo pasé la peor noche de mi vida despierta y feliz, disfrutando de un genio y de una voz, disfrutando del arte de un tipo lúcido, despiadado y
necesario.
En cuanto amaneció, Philip y yo nos despedimos
de las chinches, llamamos un taxi y huimos juntos del edificio abandonado. El motivado debía estar durmiendo su exaltación en algún sitio y yo no había acabado el libro y tenía mucha vida que
leer.
Desde entonces, Philip y yo no nos hemos
separado: he leído todos sus libros y hasta su maravillosa biografía.
Por eso también fui a ver la última película con
la que han adaptado un libro suyo.
La sombra de un título
Me imagino al tipo que recibe las pelis
americanas a su llegada a España y decide, por costumbre, por nada, porque sí, que hay que cambiarles el título. Llega The humbling, una peli de Al
Pacinobasada en una novela
de Philip
Roth. O sea, llega La humillación, y el tipo (¿experto en cine, en marketing, en algo?)
piensa (¿piensa?) que no. Da igual, no quiero y no puedo entender su argumentación, pero el caso es que decide que se estrene como La
sombra del actor cuando la novela
y la película sólo tienen un título, el original: La
humillación.
Supongo que el tipo que pone el título no ha
leído la novela y no ha visto la película. Supongo que no se ha dado cuenta de que no hay otro título posible, que sólo se puede llamar La humillación, porque la peli habla del teatro, de la decadencia y de esa
escopeta que tiene el actor en casa porque, a malas, es una vía de salida, “la” vía de salida: la tuvo Hemingway, se suicidó con ella, y el actor tiene una escopeta igual en casa aunque sabe que no podrá usarla, que no tiene los
brazos bastante largos.
Pero vuelvo al
título: Philip Roth es un escritor despiadado, pero tiene la
ventaja de serlo, antes y peor, consigo mismo. Por eso puede contar la decadencia. Lo mismo que hace Al Pacino en esta peli en la que todo su histrionismo es humillante,
autocrítico, desesperado, porque él, también, como su personaje, se rebaja a hacer anuncios de café, de crecepelo, de cualquier cosa que le dé dinero, notoriedad, un equipo de trabajo, un resto
de estrellato.
La mente masculina
La película no es perfecta, y eso que la
dirige Barry
Levinson, pero Pacino y Roth siempre merecen
la pena y más cuando se miran al espejo con crudeza. Y es que, últimamente, los hombres, la mente masculina, ya no se cuentan como lo hacían Carver y Yates: con sinceridad. Quizá porque no sería políticamente correcto, que es lo que apunta Houllebecq en plan provocador
(lo explicaba así en El
País:
“…en Occidente la palabra masculina ha
desaparecido. Lo que los varones piensan, nadie más lo sabe. Una hipótesis horrible, pero verosímil, es que no han cambiado; sólo han aceptado cerrar la boca. El varón occidental ya no habla; la
mujer sí. La vida mental masculina ahora es algo desconocido, y por eso es verosímil pensar que el varón estaría dispuesto, si se presentara el caso, a una vuelta inmediata al
patriarcado”).
Philip Roth, en
cambio, es un cristal: toda su obra es una ventana al
hombre. Con casi treinta novelas y
varias decenas más de relatos y libros de no ficción, Philip Roth es una sobredosis de lucidez despiadada. Puede matar, pero se muere a gusto.
Mi humillación
Mi humillación (la de hoy, que soy reincidente)
es escribir esta columna y que mi amigo Mario, mente masculina y privilegiada, me diga que le gusto más cuando escribo autobiografía. Mi humillación es tener que contar que Philip Roth me salvó
la vida sólo para que Mario me siga queriendo. Mi humillación es que a él sí que voy a tener que explicarle por qué estaba en ese edificio abandonado.
P.D.: dos cositas: la primera, que en el capítulo 4 de la
temporada 7 de Mad
Men es 1969 y Don Draper
lee El
lamento de Portnoy, de Philip Roth; la
segunda que esta es la segunda peli del año en la que el teatro es protagonista, como en Birdman. Lo cual significa que, además de Roth, también el teatro es imprescindible.